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Las conclusiones giran en torno a lo siguiente:
En décadas anteriores, el aprendizaje no formal e informal se encontraba fuera de los límites de los espacios formales, agregando a esto, una marcada diferencia entre las necesidades del aprendiz y el contenido del curso. Hoy en día, los avances tecnológicos del siglo XXI presentan retos a la sociedad e invitan a replantear el rol que ejerce el aprendiz, dentro de su proceso de aprendizaje. Partir de las competencias digitales, resaltando que no sólo implica dotar de conocimientos, sino habilidades y actitudes que permitirán sumergirse en los espacios de la red. Estas últimas, dan cabida al pensamiento crítico y creativo.
De continuar en el status quo (en el que se encuentran algunas instituciones educativas), las estrategias orientadas a promover formación permanente, quedaran confinadas a la educación bancaria que menciona Freire, es decir, cursos de formación, sin detección previa de las necesidades reales de formación. Programas basados en otorgar al aprendiz, depósitos de información, que deben ser memorizados y repetidos. El proceso de enseñanza aprendizaje seguirá planeándose a partir del rol del facilitador y no del participante. Se intentarán diseñar estrategias mediadas con recursos tecnológicos eficaces, pero si tomar en cuenta, que su aplicación deberá ir orientada a mejorar el pensamiento crítico y creativo. Como una reacción en cadena, estas acciones se verán reflejadas en las competencias del recurso humano y por ende, en su desarrollo profesional, muy lejano a convertirse en un gestor de conocimientos, figura que demanda la sociedad actual.
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